EL SERMÓN DE LA ÚLTIMA CENA

EL SERMÓN DE LA ÚLTIMA CENA


(Juan, XIV – XVIII). El Sermón de la última Cena es tan importante, edificante y sustancial como el Sermón de la Montaña. Este es la entrada del Espíritu en la Vida Perfecta; aquél es la fuerza, la esperanza y la fe para proseguir en tan gloriosa senda. El Sermón de la Montaña es la prédica pública, dirigida a la multitud que, sedienta de la Verdad, corría presurosa a beber, en la fuente primordial, las enseñanzas que les aclaraban el entendimiento y les acariciaba el corazón oprimido. El Sermón de la última Cena es el conjunto de consejos, exhortaciones y recomendaciones que Jesús dirige particularmente a aquellos que, de hecho, quieren ser sus discípulos. Lean los capítulos XIV, XV, XVI y XVII de Juan y verán en ese discurso de Jesús, la bella, indiscutible, concisa y maravillosa Doctrina Cristiana que el Respetable Maestro fundó en la Tierra. El Lavapies y la Cena no son más que símbolos, pretextos para la reunión, donde el Maestro debería exhortar, consolar y fortalecer a sus discípulos, para que, con fe y coraje, resistiesen a las pruebas por las que pasarían con la Tragedia del Gólgota. Lo principal de tal reunión no consiste, pues, en la Cena y en el Lavapies, como creen las Iglesias y los sacerdotes. Lo principal consiste en las Enseñanzas que de ahí se extraen, como luces fulgurantes, a través de las páginas de los Evangelios.

Después de haber repartido Jesús con aquellos que deberían cuidar de su Doctrina, el Pan, que para Jesús simbolizaba la misma Doctrina, y el Vino que, como esencia de la Vida, representa el Espíritu que ha de vivificarla siempre; después de tomar una palangana y una toalla, lavar y enjugar los pies de todos, en señal de humildad y pureza del alma, comienza su memorable discurso con las doce palabras de resignación, bienestar y esperanza: “No se turbe vuestro corazón; ¿creéis en Dios? Creed también en mí; en la Casa de mi Padre hay muchas moradas…” Y prosiguiendo en sus conceptos les garantiza que, ni él, Jesús, dejaría de asistirlos y protegerlos, así como también bajo su dirección, el Padre Celestial les enviaría el Espíritu Consolador, cuya falange de Mensajeros los auxiliaría en su gloriosa tarea. Jesús les proporciona toda clase de auxilio, les garantiza todas las bienaventuranzas, les dice que continuaría viviendo, volvería, se manifestaría y los asistiría por todos los siglos de los siglos. Aún hace más; les avisa de que no se manifestaría al mundo, porque el mundo no estaba preparado para recibirlo; los hombres no tenían los “cuerpos lavados” cuanto más los pies para seguirlo. Garantiza, finalmente, a sus futuros apóstoles, el Amor de Dios, y añade que todo lo que les había dicho fue con el consentimiento del Padre: que la Palabra no era suya, sino de Dios. Tras esta sustanciosa advertencia, propagó en sus discípulos el espíritu vivificante de la fe en la inmortalidad y, en forma de Parábola, prosiguió en sus exhortaciones. El Maestro comienza comparándose a una Vid, y anuncia que es la “Verdadera Vid”. La vid está compuesta de tronco, gajos, hojas y frutos. Los gajos salen del tronco y su finalidad es producir hojas y frutos. Así también sus discípulos deben estar unidos a él, como los gajos a la vid, y para permanecer en la Vid necesitan dar frutos, como gajos que son de la Vid Verdadera. Y les hace ver que la “vara que no diera frutos será cortada y lanzada fuera”, mostrando así la necesidad del trabajo espiritual para la fructificación de la virtud. Y así como el gajo, la vara recibe la savia de la vid, labora, la manipula para que broten los frutos, – las uvas – así también los apóstoles o discípulos reciben el Espíritu de la Fe de su Maestro, para trabajar con ese Espíritu, bendita savia, a fin de brotar los frutos de esa labor. A fin de apropiar mejor la necesidad del cumplimiento de ese deber, Jesús dice que el Viticultor de la Vid, representado en él, es el Padre Celestial, es el Creador de todas las cosas, es, finalmente, Dios.

Con esta afirmación, el Maestro quiso decir que su obra es divina, celestial y, por tanto, ninguna potestad conseguirá destruirla, pues el Viticultor no dejará de velar por su Vid. Entonces el Señor abre a sus seguidores su amoroso corazón, embalsamado de los más puros sentimientos y de los más vivos afectos y les dice: “Así como el Padre me amó, así también yo os amé; permaneced en mi amor; y si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.” Dijo más: que ellos sólo serían sus amigos si hiciesen lo que él les ordenara, y pasó entonces a prevenirlos de lo que les debía suceder: “que el mundo los aborrecería, que ellos serían perseguidos, pero que no se diesen por vencidos, porque vencerían”. Insistió tenazmente para que todos esperasen la “venida del Espíritu de la Verdad, de los Espíritus encargados de guiar sus pasos, de iluminarles el Camino, de fortalecerles la Fe”. Dijo que esos Espíritus darían testimonio de él, y harían más aún: “convencerían al mundo del pecado, de la justicia y del juicio”. Determinó que sus discípulos dijesen a las generaciones que él no había dicho la última palabra, sino al contrario, quedaban muchas cosas por decir; no lo hacía porque ellos no comprenderían, pero el Espíritu de la Verdad estaría encargado de esa misión; Apóstoles invisibles estarían siempre con aquellos que quisiesen recibir su Palabra, y además de explicarla con alegría, anunciarían las cosas que deberían suceder. Finalmente, el Maestro ofrece, a sus seguidores, su Palabra de despedida; demuestra su compasión por todos; los exhorta nuevamente para que se prevengan de las tribulaciones; los anima a la victoria; se muestra como vencedor y les anuncia la aproximación de la hora en que iban a ser esparcidos, cada uno para su lado.
Concluye, al final, su tocante prédica con una oración, un clamor del alma para santificar mejor sus palabras, para hacerlas vibrar en el alma de sus discípulos, para unir aquella Iglesia Naciente a los Agentes de la Divina Voluntad; para unir aquél puñado de hombres, que en el futuro serían el baluarte de la Verdad;

Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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