“Al salir Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: ¡Maestro, mira qué piedras y qué edificio! Jesús le dijo: ¿Ves esos grandes edificios? No quedará aquí piedra sobre piedra; todo será destruido. Y estando sentado en el Monte de los Olivos, de cara al templo, le preguntaron a solas Pedro, Santiago, Juan y Andrés: Dinos, ¿cuándo sucederá eso y cuál será la señal de que todas esas cosas van a cumplirse? Jesús le contestó: Mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán usando mi nombre y diciendo: Yo soy, y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y noticias de batallas, no os alarméis porque es necesario que eso suceda; pero todavía no será el fin. Se levantarán pueblos contra pueblos y reinos contra reinos; habrá hambre y terremotos por diversos lugares. Eso será el comienzo de los dolores. Mirad por vosotros mismos. Os entregarán a los tribunales, os torturarán en las sinagogas y compareceréis ante los gobernadores y los reyes por causa mía; daréis testimonio entre ellos. Pero antes de todo, el Evangelio será predicado a todos los pueblos. Cuando os lleven para entregaros, no os angustiéis por lo que habréis de decir; decid lo que os será inspirado en aquella hora, pues no hablaréis vosotros, sino el Espíritu Santo. El hermano entregará a la muerte a su hermano, y el padre al hijo, y los hijos se alzarán contra los padres y los matarán. Todos os odiarán por causa mía; pero el que persevere hasta el fin se salvará. Cuando veáis el ídolo repugnante puesto donde no debe estar (el que lea que entienda), entonces los que estén en Judea que huyan a los montes; el que esté en la terraza que no baje a recoger nada de su casa, y el que esté en el campo que no vuelva por su manto. ¡Ay de las que estén encinta y criando en aquellos días! Rezad para que esto no caiga en invierno. Porque en aquellos días habrá una angustia tan grande como no la ha habido desde el principio del mundo que Dios creó hasta ahora, ni la habrá jamás. Y si el Señor no acortase aquellos días, nadie se salvaría; pero, en atención a los elegidos que él se escogió, acortará esos días. Entonces, si alguien os dice: El Mesías está aquí o allá, no lo creáis. Surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuera posible, aun a los mismos elegidos. Tened cuidado, pues os lo ha dicho todo de antemano. En aquellos días, después de esta angustia, el Sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, las estrellas caerán del cielo y las columnas de los cielos se tambalearán. Entonces se verá venir el Hijo del Hombre entre nubes con gran poder y majestad. Mandará a sus ángeles a reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, desde uno a otro extremo del cielo y de la Tierra.”
(Marcos, XIII, 1-27).
Este trecho del Evangelio, probablemente de la última fase de la vida de Jesús, es digno de nuestro estudio y atención. El Maestro ya había lanzado su escrito infamatorio contra los escribas y fariseos, los ciegos guías de ciegos, que erigían los sepulcros de los profetas a quienes sus padres habían matado cruelmente; a los traficantes de las gracias de Dios; a los vendedores ambulantes del templo. Él ya se había lamentado de Jerusalén, que mataba a los profetas y enviados que cruzaban sus puertas cuando, al llamar los discípulos su atención para las grandezas del templo, se aprovechó de la oportunidad para decir, ante ellos, su Sermón Profético, como lo llaman los Evangelios. Fue en esa ocasión que Jesús habló a los discípulos de los tiempos que habían de llegar y de los sucesos que se desatarían en el mundo, hasta la iniciación de una nueva fase de vida para la Humanidad. Sin otro preámbulo que pudiese desviar la atención de las admirables escenas, por medio de las cuales, mostró a los que lo rodeaban los hechos que se desatarían, después de su marcha hacia la Espiritualidad, Jesús comenzó a hablar del gran y suntuoso Templo de Jerusalén, del cual no quedaría piedra sobre piedra. Esta era la mayor señal de los acontecimientos que estaban próximos, y fue justamente lo que se realizó. Del Templo de Jerusalén no quedó piedra sobre piedra, como tampoco quedará piedra sobre piedra de todos los monumentos que el orgullo, la vanidad y el egoísmo humano edificaron en nombre de Dios. Grande era la misión que le correspondía al Maestro llevar a término, y de retirada del Templo donde Él había acusado a los sacerdotes, el Maestro siguió para el Monte de los Olivos, lugar predilecto donde, varias veces, se había reunido con sus discípulos, mostrándoles desde lo alto del picacho, cuya vista abarcaba extensos horizontes, las bellezas de la Naturaleza matizada por los rayos del Sol. Sentado en la hierba, melancólico y pensativo, comenzó entonces el Maestro a responder a las preguntas de aquellos que deberían apostolar su causa, destacando los hechos que señalarían el fin de los tiempos del mundo sacerdotal, que precedería al inicio del mundo espiritual, es decir, de la fase iniciativa del Reinado del Espíritu sobre la materia. Tomando como símbolo de las grandezas humanas el Templo de Jerusalén, Jesús hizo ver a sus discípulos que todas esas pompas lujosas, que adormecen el Espíritu y aniquilan el sentimiento, distraen a los hombres de sus deberes para con Dios y el prójimo, impidiendo a las almas cumplir sus deberes evangélicos. El Maestro ya había predicho también los grandes martirios que tendría que sufrir, predicciones que se realizaron al pie de la letra; pero que todo eso era preciso que se cumpliese; y que Él volvería al mundo en el tiempo de la restauración final de su Palabra. Pero, antes de eso, el mundo tendría que pasar por grandes transformaciones y la Humanidad por grandes sufrimientos. Preguntándole los discípulos la época en que ocurrirían esos acontecimientos, Jesús comenzó por enseñarlos a razonar, enseñándoles a discernir de los hombres y los Espíritus, a fin de poder distinguir los tiempos predichos. “¡Cuidado! Que nadie os engañe, porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: yo soy el Cristo, y engañarán a muchos”. “Si alguien os dice: he aquí el Cristo o helo allí, no lo creáis; porque han de levantarse falsos Cristos y falsos profetas y mostrarán tales señales y milagros que, si fuera posible, engañarán hasta a los elegidos. “Si dijesen que Cristo está en el desierto, no salgáis; si dijeran que está en el interior de la casa no lo creáis, porque así como el relámpago sale del Oriente para el Occidente, así será la venida del Hijo del Hombre.” Con esta exposición Jesús hizo ver que su venida no sería como aquella vez, en la que fue crucificado; vendría en Espíritu, presidiendo el gran movimiento de espiritualización del mundo, tal como se está verificando bajo los auspicios del Espiritismo. Mostró bien a los mistificadores, que presentarían a “Cristo” encerrado en cámaras y en el interior de las casas, así como los que aparecen en los desiertos, arrebatan a multitudes curiosas y constituyen reductos de fanáticos.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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