EL GRAN MANDAMIENTO

EL GRAN MANDAMIENTO


“Un maestro de la ley que  había oído la discusión, viendo que  les había contestado bien, se le acercó y le pregunto: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos. El escriba le dijo: Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios. Y ya nadie se atrevió a preguntarle más.”

(Marcos, XII, 28-34).


Tres son los deberes indispensables a la criatura humana: 1º) para con Dios; 2º) para consigo mismo; 3º) para con su prójimo. En esto resumió Jesús la Ley y los Profetas. Siendo Dios el autor de nuestra existencia, nuestro verdadero Padre, debemos dedicar, primeramente a Dios, todos nuestros haberes, nuestra propia Vida. Los deberes del hombre están en relación con su grado de adelantamiento, con sus aptitudes físicas, intelectuales y psíquicas. Nadie puede dar si no lo que tiene, pero no hay duda de que debemos dar a Dios todo lo que tenemos. Y como los haberes que dedicamos a Dios son retribuidos con centuplicados intereses, nos corresponde aprovechar todas esas dádivas para provecho propio y en provecho del prójimo. Es por el cumplimiento de esos deberes cuando comienza la felicidad.

Satisfechos los deberes que tenemos para con Dios, ocurre que debemos cuidar de aquellos que se relacionan con nuestra propia individualidad. Está claro que esas obligaciones son de naturaleza material, intelectual y espiritual. El hombre vino a la Tierra para progresar y ese progreso depende del buen empleo que haga del tiempo para vigilar su cuerpo, proporcionándole la natural manutención, y cultivar el espíritu, ofreciéndole luces: luces de Vida Eterna; luces de verdadera sabiduría; luces de perfecta moral. El cuerpo es un intermediario para las recepciones y manifestaciones exteriores; es necesario que lo tratemos y lo utilicemos como tratamos y utilizamos una máquina para ejecutar el trabajo del que estamos encargados. El Espiritismo abarca la parte material y la parte psíquica del individuo; exige tratamiento del cuerpo y cultivo del Espíritu, sin detrimento uno del otro. De la misma forma nos corresponde hacer para con nuestro prójimo. Prójimo es aquél que se acerca a nosotros, sea en cuerpo, sea en Espíritu: Hay prójimos que están lejos de nosotros y prójimos que están cerca. En la esfera del Espíritu prevalece la ley de la afinidad. En el terreno de la materia la ley de atracción. Los principales prójimos son los que están unidos a nosotros por la ley de la afinidad psíquica. Los prójimos secundarios son los que se valen de nosotros para suplir su necesidad; necesidad de orden material o de orden espiritual, porque nuestros deberes para con el prójimo, para con nosotros mismos y para con Dios son de orden material y espiritual. El hombre que cumple su deber, no está obligado a nada más. Cuando el hombre hace lo que puede, Dios hace por él lo que él por sí mismo no puede hacer.

Feliz de aquél que hace todo lo que puede y debe hacer, pues ese es el buen empleo del talento para la adquisición de otros tantos talentos. Tres son los deberes indispensables del hombre: para con Dios, para consigo mismo y para con el prójimo.  El precepto es este: ama a Dios; ama a ti mismo; ama a tu prójimo; instrúyete y procura instruir a tu prójimo. Haz todo eso con toda tu inteligencia, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. No hay otro mandamiento.

Extraído del libro

https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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