2 LAS SEÑALES DE LOS TIEMPOS
Y fue después de exaltar el sentimiento y el raciocinio de sus discípulos, que el Hijo de Dios creyó acertado narrar los dolores por los que el mundo tendría que pasar y las luchas que sus seguidores tendrían que sustentar en la obra de la regeneración humana. “Tendréis, primeramente, que oír rumores de guerra, pero no os asustéis, porque no es aún en esa ocasión que vendrá el fin, pues se levantará nación contra nación, reino contra reino, y habrá hambre y terremotos en varios lugares; pero todo eso es el principio de los dolores.” Esta predicción está realizada y continua verificándose; las guerras que tienen asolado últimamente el planeta no dejarán duda sobre la realización de la previsión. Los ataques contra la palabra apostólica, llevando a los divulgadores de la fe a los tribunales, han continuado desde los primeros tiempos del Cristianismo. Desde los tiempos de Nerón, prosiguiendo siempre, extendiéndose al trazado de la Iglesia de Roma, que entregaba a los “herejes” al brazo fuerte para serles inflingidos los mayores suplicios, la historia de los inquisidores y de la Inquisición, componiendo páginas de sangre en la Historia de la Humanidad, dejan de ver claramente también el cumplimiento de ese trecho del Evangelio. La Gran Guerra de 1914-1918, que se cobró más de 30 millones de víctimas; la gran peste que se llevó a otras tantas o quizá más; las luchas activas que existen en todo el mundo no son más que las señales características, predichas por el Nazareno, del fin de los tiempos en que el mundo tendrá que pasar por una completa reforma en lo que se refiere a la moral. Jesús añadió que, en virtud de la iniquidad a la que los hombres se entregarían, el amor se enfriaría y no habría más caridad; los afectos se extinguirían y el carácter se degeneraría. ¡Es lo que estamos viendo por todas partes! El lujo, la suntuosidad, la ganancia del oro, el deseo de multiplicar las fortunas; el egoísmo endiosado; y, por otros lados, el desprecio para con los necesitados, para con los enfermos y abandonados. ¡En vez de hospitales, se edifican iglesias; en vez de escuelas de instrucción, se construyen cárceles; en vez de luz, la Humanidad se viste de tinieblas! Una de las más características “señales de los tiempos” es la Predicación del Evangelio, como está escrito: “Este Evangelio será predicado por todo el mundo; entonces vendrá el fin.” Gracias al Espiritismo, es decir, a los Espíritus de la Verdad, este convite para seguir a Cristo se está realizando como un aviso amoroso de la venida, en Espíritu, de Jesús, que establecerá en la Tierra el Reinado del Espíritu. La predicación del Evangelio es el hacha puesta en la raíz de los árboles infructíferos; es la exhortación a la regeneración de las costumbres para la espiritualización de los hombres. Otra característica igual es: “la abominación de la desolación predicha por el Profeta Daniel, que se había de verificar en el lugar santo.” Es un hecho bien patente a los ojos de todos: lo que los hombres llaman lugar santo son las iglesias; y no hay quien conteste a la desolación que labra en las iglesias. ¿Qué es actualmente religión? Nada. ¿Qué es una iglesia? Un lugar abominable, donde se puede encontrar todo menos amor a Dios, caridad, amor al prójimo, respeto y moral. La Iglesia actual es un punto de diversión como cualquier otro, es un cafetín de fiestas donde se mercan gallinas y lechones. ¿Qué es la religión del pueblo, hoy? ¿Dónde está la fe, la Esperanza y la Caridad que unen, sustentan, amparan y elevan a la multitud popular? Lo que hay son tráficos de misas, tráficos de bautismos, tráficos de casamientos, tráficos de nacimientos y tráficos de muertos. Todo es mercadería, todo se vende en la religión del pueblo, todo se merca en las iglesias de esa Babilonia.
¡La Inmortalidad, la comunión de las almas y de los santos, desapareció del Credo; el Diablo venció a la Divinidad: el Infierno se tragó el Cielo! No hay creencia, no hay fe; para la mayoría del pueblo, todo termina con la muerte; la Iglesia proclamó: pulvis est, et in pulveris reverteris, “polvo eres y al polvo volverás”, spiritus qui vales non redit. “Los muertos no vuelven.” La tumba es entonces, la última palabra de la vida. He aquí la señal segura del fin de los tiempos; he aquí la desolación y la abominación, predicha por Jesús, imperando en el “lugar santo”. Las últimas predicciones del Maestro, grabadas en el referido capítulo, tratan sobre los fenómenos físicos, las señales en el cielo. Todos dicen: “el clima está cambiado”. De hecho, el tiempo está cambiado y ese cambio fue predicho por Jesús hace casi dos mil años, para señalar el fin del Mundo de la Carne y el advenimiento del Mundo del Espíritu. Finalmente, dice el texto: “Las estrellas caerán del cielo y las autoridades serán abatidas.” Esas Estrellas no son más que Espíritus Superiores, que vinieron a tomar parte en esa restauración, incluso porque sólo ellos serán capaces de abatir a las autoridades, a los gobiernos civiles y religiosos, de la Tierra y del Espacio, que condujeron a los hombres a la degradación en la que se encuentran. Ellos vienen a reunir a los elegidos de los cuatro vientos y a llamarlos para formar ese Reino deseado, que pedimos diariamente al Señor en el Padre Nuestro. Vamos a concluir, aconsejando al lector a ocupar un lugar en las filas de Cristo, porque sólo así estará resguardado de los males futuros que harán desaparecer el mundo viejo con sus pasiones, para, una vez removidos los escombros, levantar en cada alma una cátedra donde el Espíritu de la Verdad pueda glorificar.
Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf
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