“El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Y todo el que escucha mis palabras y no las pone en práctica se parece a un hombre insensato que ha construido su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se precipitaron sobre ella, y la casa se cayó y se arruinó totalmente.”
(Mateo, VII, 24-27).
En esta alegoría Jesús compara la creencia con un edificio; la buena creencia es semejante al sólido edificio construido sobre la roca; la mala creencia es como un edificio de mala construcción, levantado sobre la arena movediza. Existen, pues, dos creencias: la creencia verdadera y la falsa creencia. La buena creencia nace del estudio, del libre examen, de la observación; es la creencia activa, racional y científica. La mala creencia es pasiva, tradicional, hereditaria; acepta los dogmas que le son sugeridos, sin conciencia, sin analizar, sin convicción. La verdadera creencia representa el edificio construido sobre la roca; la falsa, la edificada sobre la arena movediza. La alegoría es magnífica. Quien quiere construir un buen edificio, de duración y que pueda, por su solidez, resistir las intemperies, busca un buen terreno, cava cimientos, echa y asienta sobre esos cimientos una base de piedras para que los cimientos soporten el peso de la casa. Sólo después será cuando levante las paredes y concluya el edificio. Existen otros que no hacen cuestión de terreno, ni de cimientos. Construyen en cualquier lugar y hasta incluso sin cimientos. Estas casas no ofrecen garantías y se vuelven peligrosas para sus habitantes. Así es la Religión: quien busca con buena voluntad y libre de ideas preconcebidas la Verdad, y está dispuesto a abrazarla, está edificando sobre la roca; quien se somete a cualquier doctrina, sin conciencia de lo que hace, edifica sin base y en terreno movedizo. Pero, así como no es suficiente encontrar el terreno para hacer la casa, tampoco es suficiente encontrar la Verdad para tenerla en sí. Es preciso construir la creencia, como se construye una casa. Después que se encuentra el terreno, se toma posesión de él y se comienza la construcción: primero los cimientos, después las paredes, después el tejado, después el acabado interior y el exterior. Así es también cuando se encuentra la Verdad, después de haberla buscado y de estar seguro por la investigación, examen, raciocinio, que es, de hecho, la Verdad, urge tratar la construcción de la creencia, comenzando por los cimientos y estos han de ser forzosamente los mismos puestos por Jesús, la Revelación Divina, como dice Él a sus discípulos: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. (Mateo, XVI, 13-19). Y así, con el material venido del Cielo y con el trabajo y esfuerzo que empleamos, vamos, poco a poco, construyendo el edificio de la creencia que tanto más sólido y más bello será, cuanto mayor fuese la dedicación que tuviéramos para ver terminada esa obra grandiosa, que será nuestro eterno abrigo. Jesús comparó ambas formas de creencia, una, a un edificio bien construido, y la otra, a una casa mal edificada. Un edificio bien construido nos guarda de las intemperies y de las tempestades, nos libra de los malhechores, nos da sosiego y paz. Así es la verdadera creencia: nos consuela en las pruebas, nos libera de las emboscadas de los Espíritus maléficos, nos da calma, coraje y fortaleza para vencer. Una casa mal edificada corre el riesgo de ser abatida por las tempestades y de derrumbarse a la influencia de la corriente; sujeta de ser asaltada, siempre nos causa sobresaltos.
La creencia ciega es semejante a una casa así construida o adquirida; esa creencia popular, tradicional, hereditaria, sin Evangelio, sin Jesucristo, sin examen, sin raciocinio, en el primer momento de la adversidad, amenaza tales ruinas que ponen en peligro a sus propios adeptos. La creencia no es una mercancía que se adquiere en la plaza, ni la dádiva que se acepta para ser agradable. La creencia comienza por el estudio y por la investigación; crece en nosotros a medida que la cultivamos. La creencia es la que nos ilustra y nos hace aproximarnos a Dios. Las casas mal edificadas están sujetas a la demolición. La creencia bastarda debe ser repudiada para dar lugar a la nueva edificación sobre sólidos fundamentos. Examine cada cual su creencia y observe si la “casa” es de sólida construcción y si está levantada sobre fundamento inamovible.
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