LA PALABRA DE VIDA ETERNA

LA PALABRA DE VIDA ETERNA 


“Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él. Jesús preguntó a los doce: ¿También vosotros queréis iros? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.”

(Juan, VI, 66-69).


La Inmortalidad es la luz de la vida; ella es el alma de nuestra alma; la esperanza de nuestra Fe; y la madre de nuestro amor. Sin inmortalidad no puede haber alma, sin alma no hay esperanza, ni fe, ni amor; y sin esperanza, fe y amor todo desaparece de nuestra vista: familia, sociedad, religión, Dios. La inmortalidad es la base, el cimiento, la roca viva donde se asienta esa trilogía sublime, es el faro luminoso que esclarece todas las virtudes, que ilumina toda sabiduría, que nos descubre, finalmente, los arcanos de nuestros destinos, resplandeciendo sobre nuestras cabezas el amor de Dios, esa aureola de santidad que brilla en la frente de los justos. Es urgente, pues, que busquemos, primeramente, la inmortalidad, para creer firmemente en la Palabra de Jesús. Es urgente que estudiemos la inmortalidad, que conversemos con la inmortalidad, que oigamos a la inmortalidad con sus sustanciosas enseñanzas, a fin de, firmes y decididos, orientar nuestra vida, regular nuestros actos en la senda religiosa que nos fue trazada. El hombre no puede atender al deber religioso sin conocer, y no puede creer que estudió al respecto sin que tener la seguridad de la inmortalidad, la convicción científicamente comprobada del seguimiento de la vida más allá de la tumba, donde, por sus esfuerzos, por sus trabajos, podrá conquistar la verdadera felicidad. Sólo la fe en el porvenir nos libra del oscurantismo, del fanatismo, de la ignorancia.

La Palabra de Vida Eterna es la mayor belleza que Jesús nos
legó.
Y así lo comprendieron sus discípulos cuando, al preguntarles el Maestro si no querían también irse como lo hicieron los demás que lo seguían ciegamente y con interés en panes y peces, respondieron: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Jesús hizo muchas maravillas: curó enfermos, multiplicó panes y peces, transformó el agua en vino, calmó mares y vientos, pero esas maravillas no hacían quedarse a los doce discípulos; no fue por esas maravillas que ellos continuaron acompañando a Jesús, sino porque: “Sólo Él tenía la Palabra de Vida Eterna.” La Palabra de Vida Eterna vale más que todas las maravillas, más que todo el mundo, porque las maravillas se acaban, el mundo se extinguirá, pero la Vida Eterna perdurará para siempre, y allí cogeremos los frutos de nuestra labor, el mérito de nuestros esfuerzos. Cuando Pedro respondió a Jesús: “Sólo tú tienes palabras de Vida Eterna”, él ya había visto la Vida Eterna, Jesús ya lo había llevado al Tabor, donde llamó a los Espíritus de Moisés y de Elías, que hacía mucho que habían desencarnado, para testificarles la existencia de la Vida Eterna. Moisés y Elías ya habían atravesado los umbrales de la muerte, y, entretanto, vinieron a demostrar que la muerte no existe en la acepción de la palabra, mostrándose así a los tres apóstoles, Pedro, Tiago y Juan. Hay vida, no sólo en la Tierra, también hay Vida Eterna. La Vida Eterna es el principio básico de la vida en la Tierra. Y es de notar que el Maestro no se contentó con decir y demostrar que hay Vida Eterna, con la manifestación de Moisés y de Elías. Él mismo volvió de la Vida Eterna, tras la tragedia del Gólgota, para confirmar esa Nueva de Salvación. Tomé no creía, porque no estuvo en el Tabor; dudaba de la Vida Eterna. Y cuando los otros discípulos contaron a Tomé que Jesús se les había aparecido, respondió que sólo creería si sus manos tocasen las marcas de los clavos y la marca de la herida producida por la lanza. Es de notar que el Divino Modelo no se negó a esas pruebas, sino al contrario, las permitió para que su discípulo recibiese la verdadera creencia. Pero las apariciones de Jesús no se limitaron a los discípulos; se apareció a muchas mujeres y a más de quinientas personas, según narran los Evangelios. Todo se extingue en este mundo: el dinero se acaba, las grandezas terrenas se desvanecen, pero la Palabra de Jesús permanece para siempre. Quien quiera ser feliz, incluso en esta vida, necesita buscar la Palabra de Jesús y no separarse de ella. De modo que, habiendo como hay, Vida Eterna y permaneciendo en ella la Palabra de Jesús, siempre seremos discípulos de aquél que vino al mundo para salvar y no para condenar al mundo. Y oyendo sus preceptos, imitando sus ejemplos, pidiendo a la Vida Eterna las luces necesarias para guiarnos en el mundo efímero en el que nos hallamos, no nos faltarán gracias y misericordias para vencer las luchas y extinguir las tinieblas que nos oprimen.



Extraído del libro
https://espiritismo.es/Descargas/libros/Parabolas_de_Jesus.pdf

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