Ejemplo
de humildad
Hace
mucho, mucho tiempo atrás, en un humilde y pequeño establo, algunos
animales
hablaban, cambiando ideas sobre sus vidas. Y el buey, muy manso decía
con su
voz
grave y paciente:
-
Todo lo que hacemos es trabajar de sol a sol. Empujo el arado
revolviendo la tierra
para
la siembra, y conduzco la carroza con tranquilidad y alegría
ejecutando mi trabajo sin
protestar.
El señor puede contar conmigo, que estoy siempre firme en el
servicio, pero
jamás
recibí una sola palabra de ánimo.
El
caballo, que rumiaba en un rincón, estaba de acuerdo balanceando la
cabeza:
-
También he dado lo mejor de mí, llevando al señor para todas
partes, caminando
grandes
distancias bajo el sol abrasador, la lluvia fría o el frío
inclemente. Pero he recibido
apenas
el latigazo en el lomo como pago por mis servicios.
El
borrico levantó la cabeza, triste y suspiró:
-
He cargado cargas muy pesadas y nunca las derramé, ni me negué a
cumplir
mis
tareas, aun nunca recibí una ración extra en agradecimiento por mis
esfuerzos.
La
vaca, que amamantaba a su becerrito recién nacido, irguió los ojos
grandes y
húmedos
y comentó:
-
También yo he sentido en la piel la ingratitud del hombre. No
contento en
retirarme
la leche con que alimentar a sus hijos, no es raro que desagregue a
nuestra
familia,
matándonos por placer para alimentarse de nuestras carnes,
utilizando la piel para
la
confección de calzados y ropas.
La
ovejita que todo oía en silencio, y que de mirada soñadora
observaba a través de
la
puerta el cielo de un azul profundo y limpio, cubierto de estrellas,
suspiró y dijo con su
voz
tierna:
-
Estoy de acuerdo que todos tenéis una parcela de razón. Tampoco yo
no estoy
libre
de malos tratos, aunque colabore siempre con mi lana para que el
hombre confeccione
abrigos
con que protegerse del frió. ¿Pero sabéis lo que oí decir el otro
día? Que es
esperado
un Mesías con toda ansiedad. Dicen que él vendrá del cielo para
amar a los
hombres
en la Tierra, y para conducirlos al regazo de Nuestro Padre.
Y
los animales, atentos y curiosos, sintiendo una esperanza nueva, le
pedían a una
sola
voz:
-
¿Y qué más dicen de ese Mesías enviado por Dios? Cuéntanos...
cuéntanos
...
Y
la ovejita, orgullosa de sus informaciones, proseguía:
-
Dicen también que él dará a cada uno según sus propias obras. Por
eso, confianza
en
Dios que nunca nos desampara.
Más
reconfortados y confiados, los animales en aquella noche soñaron con
el
Mesías,
que cada uno imaginaba conforme sus gustos y necesidades, y que sería
el
Salvador
del
Mundo.
Al
día siguiente vieron que se aproximaba, viniendo por el camino, un
hombre que
conducía
un borrico, cargando a una joven de bello y dulce semblante
.
Como
no habían conseguido alojamiento para pasar la noche, se contentaron
con
aquel
humilde establo. Parecían exhaustos del largo viaje y la joven
esperaba a un hijo
pronto.
Con
espanto, los animales vieron al hombre amontonar la paja,
improvisando una
cama
para la joven.
Algunas
horas después nacía un lindo bebé, bajo la vista cariñosa y
atenta de los
animales.
En
el cielo una gran estrella surgía, prenunciando un acontecimiento
nada común y,
rodeando
el pesebre, transformado en una improvisada cuna para el recién
nacido, los
animales
se sintieron compensados por todo el sufrimiento de sus vidas,
conscientes de la
gran
importancia de aquel acontecimiento.
Y,
en la paz y quietud del ambiente sencillo, reconocieron en aquella
criatura al
Mesías,
el Cristo de Dios, que nació en la Tierra para enseñar el Amor,
pero que prefería
como
testimonios mudos de su nacimiento, no a los hombres, si no a los
humildes,
laboriosos
y dulces animales de la creación.
Texto
extraído de la Revista “O Consolador”
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